Hacerse peronista (por Federico Penelas)

Me hice peronista a los cuarenta años. En realidad el proceso fue largo pero, como creo que la enunciación de la propia identidad es la parte crucial, decisiva, de su conformación, me es dado decir que me hice peronista el día en que cumplí cuarenta años y frente a mis amigos invitados a la fiesta dije, finalmente, “Me hice peronista”. Entender esa enunciación es lo que motiva estas líneas.

En mi familia no abundó el peronismo. Los referentes políticos, más allá de mis padres, provenían de la línea paterna, dado que en la otra línea los Brandariz se presentaban básicamente como apolíticos sin ejemplos ni relatos de compromisos ideológicos mayores (salvo el recuerdo de un tío abuelo falangista). Es curioso que el peronismo de mi abuelo Genaro Brandariz, fallecido tempranamente en el 54, no fuera mentado en la familia, y que yo tuviera que descubrirlo recientemente al encontrar algunas de sus cartas entre los papeles heredados de mi abuela. Mi madre, por su parte, siempre se dijo socialista (y apoyó sistemáticamente a las listas trotskistas en el sindicato bancario de Zanola). Por su parte, mi abuelo Agustín Penelas (socialista, comunista o anarquista según las variantes sustentadas de acuerdo con el grado de radicalidad admisible en la memoria por parte de quien haga el relato) repudió siempre el movimiento surgido en el ´45 por encarnar un acontecimiento burgués. Su esposa María y todos sus hermanos, mis tíos abuelos Pichel, ejemplificaban una variedad de asunciones ideológicas que iban de la apoliticidad hasta el comunismo pasando por el conservadurismo, y que redundó en posiciones claramente antiperonistas a partir del ascenso de Perón.  Mi padre, que no fue nunca antiperonista y siempre reivindicó a Evita, dijo siempre representar el ideario de mi abuelo (aunque votó a Cámpora y luego a Perón en los 70 para desdicha de su padre). Sus dos hermanas, mis tías, se hicieron directamente gorilas. Pero mis dos tíos Penelas fueron peronistas y su presencia sin duda fue en vida de ellos, y es en su ausencia, un hito en mi filiación política actual.

Jaime Penelas se hizo peronista el 17 de octubre de 1945. Tenía 23 años y trabajaba de cadete en una oficina, lo que lo obligaba a recorrer las calles vestido de traje. Al cruzarse con la manifestación de trabajadores provenientes del sur, una mujer le gritó despectivamente “¡Pituco!”. ¡A él, miserable cadete, hijo de un albañil ex mensú y de una planchadora, que había conocido el hambre de niño en un conventillo durante la crisis del 30! Notablemente, el grito sirvió como convocatoria. Se unió a la manifestación y fue uno de los miles que llenaron la Plaza de Mayo en espera de la liberación del coronel Perón.

Carlos Penelas se hizo peronista el 16 de junio de 1955. El bombardeo que dejó un tendal de más de 300 muertos y 700 heridos en la Plaza de Mayo fue razón suficiente para que abandonase sus flirteos con el Partido Comunista y abrazase, definitivamente, la causa peronista. La masacre, a su juicio, no le dejaba espacio para permanecer en el campo contrera, y la neutralidad no formaba parte de su manera de entender el ejercicio de la ciudadanía.

Mi tío Jaime fue, pues, un peronista de la primera hora, un claro representante de lo que Alejandro Horowicz denomina “el primer peronismo”, el ligado a la consolidación del Estado bajo la conducción de Perón. Mi tío Carlos, por su parte, fue un claro exponente del “segundo peronismo”, el de la proscripción y la resistencia.

Anclar esta reflexión en el relato familiar me parece imprescindible por razones que, creo, se leerán como implícitas en el resto del texto.
 

Tres lemas del peronismo

Hay un lugar común de la liturgia discursiva política en la Argentina según la cual el peronismo es un estado del espíritu que se configura en la infancia. “Peronista se nace” es el eslogan con el que se pretende anclar una determinada adscripción política en la experiencia de conformación de la subjetividad, entendiéndola pues como un producto de la vida doméstica, familiar; incluso, quizás, como una marca antes materna que paterna. El mismo Perón abonaba la idea al reivindicar la peronización de las mujeres vía el otorgamiento de derechos sociales y políticos (voto femenino como paradigma) pues dicho dispositivo redundaría en el anhelado “trasvasamiento generacional” del movimiento (táctica que podría leerse como fundada, en el fondo, en la desconfianza en los posibles dispositivos adoctrinadores del Estado).

El dictum “Peronista se nace” va de la mano del otro eslogan ritual: “El peronismo es un sentimiento”, el cual es usado en la arena pública para querer decir algo más amplio: “El peronismo es un estado irracional”, en el sentido de que pedir razones a favor de dicha filiación es a) no entender el fenómeno; b) violentar la subjetividad de aquel al que se le hace la demanda. Osvaldo Soriano extremó la idea haciéndole decir a uno de sus personajes la frase (retomada luego por Favio para ponerla en boca del protagonista de su film Gatica) “yo no sé nada de política; yo siempre fui peronista”. El peronismo no implica un saber, no es cognitivo, y por ende la justificación racional no pertenece a su esfera de pregnancia.

Sin embargo, a pesar de sus vínculos, los dos principios tienen consecuencias distintas. El primero es decididamente determinista y conduce a la desconfianza en relación con las afiliaciones tardías. El segundo no deslegitima la asunción postrera del peronismo, pero sí la piensa gobernada causalmente y no normativamente sobre la base de razones. Los relatos de mis dos tíos son ejemplos paradigmáticos de ese modo de experimentar la asunción de la identidad peronista; como efectos de “shocks a la mandíbula” como pensaba Arlt el magno efecto literario.

Esta apuesta por la conversión como modo de ensanchamiento del campo peronista se explicita a su vez en otro de los axiomas clásicos de dicho espacio: “El peronismo es un movimiento”. El compromiso heraclíteo así asumido conduce a la legitimación del modo de la transformación súbita de los cuerpos políticos y a su vez, merced al antiesencialismo que le es inherente, da lugar a la modificación del propio campo como fruto de la incorporación de los recién llegados.

Por lo dicho, quizás la mejor manera de hacer compatibles los tres axiomas sea la siguiente: “el peronismo es un movimiento” propicia el pasaje, pronto o tardío, hacia el peronismo; “el peronismo es un sentimiento” presenta el pasaje bajo el modelo de la nutrición temprana o bajo el modelo de la conversión;  “peronista se nace”, más que como una impugnación al recién llegado, deber ser visto en todo caso como un alerta recurrente en la conciencia del converso. Se trata de la puesta en duda permanente de la asunción, de obligarse en consecuencia a la perpetua afirmación. Los tres principios entrelazados presentan al peronismo como el estatus más firme y el más inestable a la vez. La lealtad, suprema virtud del movimiento, conlleva justamente ese doble matiz. No hay genuina lealtad si se encuentra guiada por una ley heterónoma al propio objeto de la misma; pero tampoco la hay si no requiere el ejercicio de un esfuerzo.

“Hacerse peronista” pierde así el carácter de oxímoron que podría percibirse a partir de ciertos énfasis del discurso del alerta (o de los discursos restrictivos, recurrentes pero impropios del movimientismo declarado). “Hacerse peronista” es así una posibilidad abierta, un horizonte de la conversión. Ahora bien, ¿cuáles son los modos de la conversión?

La conversión peronista

Ha sido William James, ese gran filósofo del cuerpo y las pasiones, quién más se ocupó del fenómeno de la conversión religiosa, advirtiendo que la misma conlleva usualmente un momento activo y un momento pasivo, un momento de búsqueda consciente y uno de concretización inconsciente o involuntaria. La analogía la traza con la experiencia de tratar de recordar un nombre olvidado. Invertimos voluntariamente gran cantidad de energía mental intentando forzarnos mnémicamente, y cuando abandonamos el esfuerzo, al tiempo, recobrada la calma, de improviso, sin mediar atención alguna, surge el nombre que procurábamos. Lo paradojal es que ese salto involuntario de la memoria sólo pudo ser posible en virtud del previo afán infructuoso por producir el recuerdo. De la misma manera, según James, la conversión religiosa siempre involucra ese momento pasivo, durante el cual el yo se retira y actúa un plano no consciente de la subjetividad; pero, en ocasiones, haber atravesado ritos, prácticas, técnicas voluntarias de búsqueda espiritual, genera las condiciones necesarias para el despliegue inconsciente.

Creo que ese modo de conversión identificada por James en su tipificación de las formas de transformación espiritual es el más adecuado para entender el fenómeno de la conversión política. Sin duda, la transformación se produce sobre la base de un proceso antecedente en el que probablemente hayan intervenido actos de la voluntad. Por más desagenciado que sea el acto de conversión política, el mismo parece tener que ser precedido por el ejercicio de alguna forma de praxis, física, doxástica o discursiva a partir de cuya sedimentación aflore lo esperado inesperado.

Las conversiones políticas de Jaime y Carlos Penelas se entienden no como acontecimientos ex nihilo, sino, propiamente, como episodios espirituales surgidos de una historia precedente y agenciada. En ambos casos, notablemente, sucede lo mismo. Lo que motiva la conversión es un súbito distanciamiento, un vivir en el cuerpo el “no soy uno de ellos” (un pituco, un asesino), que conduce luego, ya quizás más agenciadamente, a la identificación positiva. Pero en ese distanciamiento “pasivo”, en esa diferenciación, que constituye ya la nueva identidad, se imbrica inexorablemente la carga  vital del converso, con toda la articulación de acciones, omisiones, triunfos, derrotas, anhelos y culpas que su devenir histórico ha configurado.

Me parece razonable pensar, pues, que las conversiones políticas se ajustan a ese modelo presentado por James en analogía con el proceso de recuerdo de un nombre, y que, en particular, en tanto implican antes que nada una discontinuidad, una ruptura, se configuran bajo el modo del distanciamiento expresable en términos de “No soy”. La explicitación del “Soy” será un recurso posterior, de tornar positivo lo ya vivenciado negativamente, y puede involucrar el ejercicio de la voluntad.

La conversión hacia el peronismo es pues un caso más de ese tipo de transformaciones políticas. Aventuro que, como todas ellas, se despliega en una fase consciente, de elaboración lingüística y ejercicio práctico de una crisis de las filiaciones hasta entonces asumidas; una fase inconsciente del auténtico  pasaje conversional en términos de negación de pertenencia a un campo, con el que hasta entonces se figuraban compromisos actuales o potenciales, a partir de la vivencia de propiedades hasta entonces no visualizadas y repentinamente predicables de los miembros de dicho campo (“antipopulares”, “oligarcas”, “inoperantes”, “represores”, “diletantes”, etc.); y una fase de afirmación consciente de la nueva identidad ya anunciada bajo el modo de la negatividad en la fase anterior. Esta última fase debe ejercerse a través de una enunciación identitaria (“Soy peronista”), y constituye el momento más estrictamente político del proceso. El enunciado opera lingüísticamente como un realizativo, no constituyendo pues un acto de descripción, sino uno de institución de la nueva identidad bajo el modelo de la promesa. Esto es así porque el rasgo particular de dicha enunciación identitaria es que no solo instituye la nueva identidad sino que, dado que la misma se presenta a su vez como una forma especial de lealtad, implica un compromiso normativo. Ser peronista implica la promesa de no dejar de serlo. Por lo tanto, la autorevelación “Soy peronista” conlleva un acto de habla extraño en el que conviven, imbricadas, dos modalidades de los realizativos muy distintas como son la de bautizar y la de prometer.

No creo que ninguna otra asunción política en la Argentina tenga esa fuerza performativa. Evidentemente toda autoafirmación en el terreno político puede verse sostenida por lealtades personales que probablemente al anclarse en la historia del individuo que asume su conversión pudieron a su vez formar parte de las condiciones desplegadas en la primera fase del proceso de mutación política. En mi caso, el relato de las conversiones de mis tíos, el descubrimiento de las cartas de mi abuelo materno, sin duda, forman parte de dichas condiciones, y establecen las bases para ese plano de la lealtad personal, lealtad a una historia personal que ahora reescribo. Ese mismo fenómeno de institución de identidad política y subsiguiente fidelidad a la misma por ser leal a esa historia puede reproducirse en toda asunción política. Enunciar “Soy radical”, “Soy comunista”, “Soy socialista”, “Soy liberal” puede implicar también una promesa personal, donde determinados sujetos ligados a la vida del enunciante se constituyen en referentes imbuidos simbólicamente de la capacidad de enjuiciar futuras traiciones. Mi idea es que a ese fenómeno recurrente de la lealtad política en términos personales se le imprime en el caso de la asunción peronista un plano estrictamente político. El carácter de permanente tensión, de terreno en disputa, de riesgo disolutorio que la identidad peronista asume en virtud de su idiosincrasia movimientista, introduce el rasgo de la promesa como elemento fundamentalmente político de toda conversión hacia el peronismo.

La conversión kirchnerista

En ese marco, los últimos años han producido una novedad. Por primera vez el peronismo engendra desde sus filas una fuerza con capacidad de constituirse en una nueva identidad. Hoy se ha hecho posible enunciar, con potencia discursiva, la afirmación “Yo soy kirchnerista”. Es tal la legitimidad de la enunciación que incluso se ha vuelto enunciable la frase “Yo no soy peronista, soy kirchnerista”. El fenómeno no es nuevo, pero tiene un matiz inédito a mi juicio. “Yo no soy radical, soy alfonsinista”, “Yo no soy peronista, soy menemista” fueron posibles de ser enunciados con pleno sentido en los 80 y los 90 respectivamente. Sin embargo tanto el alfonsinismo como el menemismo podían ser pensados como rompiendo con sus respectivos legados. El alfonsinismo se recortaba contra la historia balbinista cómplice de la proscripción del peronismo o, directamente, del golpismo como forma de contención de las fuerzas populares. El menemismo se presentaba como una superación de la raíz estatista del movimiento, al punto de volverse un leit motiv la chicana “Te quedaste en el 45”. El kirchnerismo, por el contrario, se presenta como una doble restauración tras la debacle menemista: recuperación del estatismo del primer peronismo y recuperación simbólica del utopismo de los 70. Sin embargo, “Yo no soy peronista, soy kirchnerista” se oye asiduamente en la arena pública.

¿Qué es lo que se dice cuando se dice tal cosa? ¿Quiénes lo dicen? Identificaría dos sujetos de enunciación con dos contenidos diferenciados. Por un lado se encuentran los que nunca se vieron lo suficientemente atraídos por el peronismo y su liturgia pero que adhieren a las políticas concretas que lleva adelante el gobierno de los Kirchner. Por el otro puede visualizarse a algunos jóvenes recientemente devenidos sujetos políticos, que se incorporan a la acción y el debate público en el contexto de la disputa por la hegemonía que lleva adelante el kirchnerismo. En el primer caso, la identidad kirchnerista se la presenta como recortándose desde un pasado al que no se adhiere o no se termina de adherir. En el segundo, se la avizora como proyectándose hacia un futuro que pugna por la consolidación de un espacio que sea absolutamente propio y no disputado por las generaciones anteriores. Llamaré, al primero, Kirchnerismo Electoral, y, al segundo, Kirchnerismo Utópico.

Hay, sin embargo, otra forma de compromiso discursivo, aquella de la que me siento formando parte, que conduce desde el “Soy kirchnerista” hacia el peronismo bajo la forma del “Me hice peronista”. Se trata de una forma especial de conversión política, donde el tercer momento, el de la fase de la enunciación voluntaria performativa, se asume bajo la forma de la decisión y no meramente de la explicitación política de lo ya acaecido a nivel personal. Se trata de la decisión de ofrecer un contradiscurso desde el cual se vea impugnado el “Soy kirchnerista, pero no peronista”, al menos a aquel enunciado por quienes no están dando sus primeros pasos en el terreno político. Me abstengo, por ahora, de confrontar con el dictum fundacional de los jóvenes, en parte porque, si bien existente, juzgo que se trata de un fenómeno minoritario, dado que la mayoría de los jóvenes kirchneristas militan en agrupaciones de filiación claramente peronista y, por lo tanto, no pertenecen al espectro que estamos analizando. Pero sí me interesa ofrecer este modelo decisional de la conversión hacia el peronismo como el más adecuado desde el punto de vista táctico, y el más fructífero para el despliegue de las pasiones políticas que requieren los tiempos que corren.

Quienes se sienten, se descubren, se explican, configurados por esa tercera forma, pueden, la mayoría de ellos, ser caracterizados como ciudadanos que nunca fueron peronistas, a pesar de que, buena parte de esa mayoría, votó muchas más veces a candidatos provenientes del peronismo que a candidatos vinculados a otras fuerzas políticas. Muchos de ellos en 2003 votaron a Kirchner (sin mucha convicción en algunos casos) o, incluso, votaron a Carrió; siendo en aquellos días las cartas de presentación tanto de Kirchner como de Carrió muy distintas de las adquiridas por ellos en los años subsiguientes. Lo cierto es que, tempranamente, ya sea el día de la asunción, ya sea en medio del proceso de renovación de la Corte, ya sea el día en que el Jefe del Ejército fue obligado a descolgar el cuadro de Videla,  hubo un momento en que ese colectivo se hizo kirchnerista. Sin embargo, hacerse kirchnerista simplemente consistía en adherir al desarrollo de ciertas políticas de Estado por parte de una administración, y, de esa manera, no alcanzaba a implicar una conversión política (aunque si, retrospectivamente, pueda verse ese momento como parte de la fase primera de transformaciones posteriores). Desde esa perspectiva, decirse kirchnerista no era más que anunciar una renovada opción en los comicios. Se trataba pues de puro Kirchnerismo Electoral.

Muchos de ellos abandonaron el kirchnerismo en algún momento, insatisfechos por algún aspecto de la política desplegada desde el gobierno. Pero muchos más mantuvieron su adhesión hasta el día de hoy. Y es entre estos últimos entre los que se produce la partición que me interesa. Algunos permanecen dentro del Kirchnerismo Electoral, pero otros atravesaron una verdadera conversión política. Se trata de aquellos que se vieron convocados, fundamentalmente, durante el conflicto con la patronal agropecuaria. Fue en ese contexto en el que se produjo la segunda fase de la conversión, en el que el “No soy uno de ellos” se encarnó de modo de hacer de la adhesión ya no un mero un compromiso comicial sino una identidad personal y política. Muchos, entonces, pasaron del Kirchnerismo Electoral al, llamémoslo, Kirchnerismo Identitario.

En el caso de muchos esa identidad devino en peronismo. El proceso lo describiría en estos términos. El conflicto agrario delimitó dos campos antagónicos, y los términos del antagonismo reprodujeron exactamente los desplegados en el 45 y los años del primer peronismo. No es casual que un término absolutamente en desuso como “gorila” volviera a adquirir sentido. Las manifestaciones de antiperonismo extremo (aquella identidad política según la cual todos los males de la Argentina se deben al desarrollo del fenómeno peronista) así como las muestras de discursos y prácticas de neto corte antipopular, de desprecio de las clases bajas, estigmatizadas especialmente por cuestiones de piel o culturales, se desplegaron sin inhibiciones a partir de aquel conflicto. En ese marco, algunos cuerpos del Kirchnerismo Electoral sintieron el “No soy uno de ellos” de un modo transformador; en un mecanismo análogo al que conmocionó a personas como mi Tío Carlos en el 55. El conflicto agropecuario  fue el catalizador de una nueva identidad merced a la diferenciación con el campo adversario. Funcionó en analogía con las bombas sobre Plaza de Mayo, o con, por poner otro ejemplo, el “Viva el cáncer” con que se festejaba el inminente final de la vida de Evita.

Este devenir, este pasaje desde el Kirchnerismo Electoral hacia una identificación política más robusta, ha generado en muchos, me incluyo, la conversión definitiva hacia el peronismo. La identificación de una matriz agonal que se repite bajo las mismas banderas, la vivencia de una trama histórica inconmovible,  conduce a la asunción de la enunciación “Soy peronista” en la tercera fase del proceso de conversión política. Sin embargo, esta forma de ejercer la tercera fase, la de la enunciación performativa en clave peronista no es, creo, mayoritaria en aquellos que avanzaron desde una versión comicial hacia una versión identitaria e incluso militante del kirchnerismo. Esta cautela discursiva es sostenida aún advirtiendo que los mismos resortes que activaron la consolidación de la propia identidad kirchnerista son lo que han activado asunciones peronistas pasadas, o, incluso, advirtiendo, en el momento crucial del “No soy uno de ellos”, que a la base de lo que se rechaza hay un sostén específicamente antiperonista. A mi juicio, dicha cautela, dicha moderación,  si bien puede sustentarse en múltiples razones atendibles, involucra, creo: o bien un sustrato antiperonista no confeso o no admitido (y por lo tanto contradictorio con el kirchnerismo proclamado); o bien la convicción de que toda asunción tardía del peronismo es una impostura, esto es, que “peronista se nace”; o bien la creencia de que es necesario superar la dicotomía peronismo/antiperonismo.

Rechazada la primera alternativa por incoherente, detengámonos en las últimas dos. Empecemos por la última. Parece insostenible aducir la viabilidad de dicha superación cuando el sustrato mismo del pasaje del Kirchnerismo Electoral al Kirchnerismo Identitario estuvo abonado de dicha dicotomía. Sin la oposición peronismo/antiperonismo no se entiende la fuerza motivacional que tuvo el conflicto agrario para constituir fuertes identidades kirchneristas. Propugnar la superación de la dicotomía involucra pues algún tipo de negación de la identidad recién asumida, que parece sustentarse, justamente, en la vivencia renovada de dicha tensión dicotómica. Una vez más parece revelarse la incoherencia. Por otra parte, atendiendo a la segunda alternativa explicativa de la moderación no peronista, como vimos, el estado abierto del movimiento rechaza la interpretación restrictiva del eslogan “Peronista se nace”, con lo cual, quien alude a alguna variante de esa idea no ha entendido al peronismo, y, agregaría, no entendiendo en particular ese plano rizomático del peronismo, no entiende el kirchnerismo. Sin embargo, quien se mantiene cauto en la asunción del peronismo aun identificándose cabalmente como kirchnerista puede señalar que la experiencia que lo condujo a superar el Kirchnerismo Electoral no involucró la suficiente vivencia del “pathos” peronista con toda su parafernalia simbólica. Es en este punto donde quiero defender la pertinencia de hacerse peronista bajo la forma de la decisión, de una decisión enunciativa.

Asumiendo el papel crucial que juegan las pasiones en la formación y consolidación de las identidades políticas, vale, sin embargo, decir, que la presencia de emociones ligadas a cierta ritualidad política particular no es suficiente para la afiliación respectiva. Durante el pasaje por la escuela primaria en plena dictadura, los niños de mi generación (o al menos yo y mis compañeros, para evitar generalizaciones apresuradas) sabíamos sin que nos fuera enseñado, lo llevábamos en la carne, que no había mayor subversión al orden que se nos imponía que cantar la marcha peronista, cosa que hacíamos a coro en las clases de música o, intempestivamente, en algún acto del calendario escolar, so pena de sanciones varias. La emoción vivida en los cuerpos me resuena hasta el día de hoy. En los 80, ya en plena democracia, nada me conmovía más en las marchas multipartidarias que el irrumpir de la JP con su phrónesis catártica. La imagen de Evita era, desde siempre, fuente inagotable de emociones. Sin embargo no era, no me enunciaba, peronista. Lo que me interesa destacar es que podría haberlo sido, podría haberlo decidido, podría haberme enunciado peronista asumiendo los riesgos discursivos y los compromisos que toda enunciación, y la peronista en particular, suponen. Simplemente, por razones varias, no lo hice, y no hacerlo es suficiente para que hoy diga, con verdad, que entonces no era peronista, más allá de que mis emociones políticas se hallaban más vinculadas a los recursos simbólicos del peronismo que a los de cualquier otra fuerza (amén de que un puño izquierdo bien alzado por la persona adecuada en el lugar adecuado generara, sin duda, efectos afectivos igual de intensos). Lo que impugno es el dictum consolador de quienes, peronistas y antiperonistas, responden a mi conversión diciendo “es que vos siempre fuiste peronista”. El dictum es consolador pues hace caso omiso al carácter performativo de la enunciación y al hecho de que enunciar es un acto de la voluntad. Al hacer tal omisión, lo sujetos, peronistas y antiperonistas, se sienten eximidos de tener que decidir qué hacer con sus emociones políticas, esto es, asumirlas, impugnarlas, combatirlas, expurgarlas, curarlas, desarrollarlas. No hay identidades políticas en silencio. La identidad política se instituye a viva voz.

Ahora bien, el punto es, ¿por qué hay sujetos políticos apasionados que se dicen kirchneristas pero no peronistas, que despliegan la enunciación hasta un punto, y se moderan en el paso subsiguiente? Los hay porque se trata de individuos que al enunciarse toman una decisión: hacer abstracción del sesgo peronista de sus emociones kirchneristas. Y lo digo de esta forma pues no parece viable pensar emociones kirchneristas desperonizadas de suyo. ¿Qué sería tal cosa si, justamente, como argumentamos, la fase principal de la transformación hacia el Kirchnerismo Identitario, la fase de la confrontación, la fase del “No soy uno de ellos”, se articula a través de las pasiones ligadas a la historia peronista? En consecuencia, devenir Kirchnerista Aséptico o devenir, finalmente, Peronista, es, en ambos casos, fruto de una decisión enunciativa que surge de un tráfico determinado con las emociones. No se trata de ausencia o carencia de emociones peronistas, sino de qué hacer con el obvio sesgo peronista que quién se emociona con el devenir kirchnerista debe reconocer.

Hacerse peronista es, pues, una decisión. Y, por supuesto, desde mi punto de vista, frente a decidirse por el Kirchnerismo Aséptico, se trata de la decisión correcta. Y lo es porque la única razón para abstraerse del peronismo ínsito en las emociones que conducen al Kirchnerismo Identitario es no querer asumir la totalidad de sentido que el peronismo conlleva. Pero esto es no entender que el peronismo es un terreno en disputa, y que ser peronista implica posicionarse en uno de los tantos frentes en el combate por qué parte de esa totalidad mantener y qué parte expulsar o someter. El Kirchnerista Aséptico, al eludir el peronismo, elude el combate, sin entender que una parte crucial de la apuesta kirchnerista es evitar que el peronismo, esa gran fuerza histórica de la Argentina, termine configurándose con una totalidad de sentido restringida y a la derecha del espectro ideológico. Sumergirse en el pasado, el presente y el futuro del peronismo, impulsando y tornando hegemónicas aquellas partes de dicha totalidad preñadas de una fuerza transformadora de izquierda, sigue siendo el sino de los tiempos si lo que se pretende es trastocar realmente, y no meramente en los papeles, las estructuras de poder en nuestro país. Lo inédito es que con el kirchnerismo en el gobierno por primera vez en mucho tiempo se vislumbra que es factible dar los primeros pasos certeros en dicha pugna hegemónica al interior del peronismo y, en consecuencia, en el mencionado trastocamiento estructural.

Es por eso que hoy, más que nunca, hay que hacerse peronista.

Es por eso que yo lo hice. Me hice peronista. A mis cuarenta años.

Federico Penelas

21 Respuestas a “Hacerse peronista (por Federico Penelas)

  1. ignacio

    Friburgo, 1933.

    ¿En serio creemos que fundar una adhesión política sobre criterios puramente identitarios, completamente desprovistos de todo fundamento cognitivo, es algo bueno?

    Quizás es una ilusión soñar con una democracia liberal. Al fin y al cabo, en este país Laclau vende más que Habermas. Pero si hay una virtud del kirchnerismo es haber agitado debates: discutimos el lugar de los medios, discutimos la igualdad de derechos, discutimos la historia reciente. ¿Por qué no habilitar la posibilidad de discutir el kirchnerismo? ¿Por qué este decisionismo?
    Me quedo toda la vida con el «kirchnerismo electoral», que piensa y elige antes de votar. Lo otro es congelar y endurecer identidades. Si, como dice Judith Butler, no se «es» siquiera de un género, ¿cómo se va a «ser» peronista o kirchnerista?

  2. Milton Laufer

    Ya tuvimos este debate en más de un lugar y me veo personalmente interpelado por la explicitación del «no soy peronista, soy kirchenerista». Por eso me veo obligado a contestar.

    Hemos aplaudido el advenimiento del kirchnerismo. Hemos aplaudido un cuadro que se descolgaba, el retorno de la inversión pública, el interés en la educación, la investigación, aplaudimos el regreso de la olvidada importancia de la presencia del estado, la asignación universal por hijo, la jubilación a quienes por las políticas pasadas nunca hubieran podido jubilarse, el enjuiciamientos sobre crímenes indecibles y las leyes de igualdad. Esto y tantas otras cosas. Lo hemos hecho y lo seguimos haciendo.

    ¿Pero por qué hacerlo me compromete con un pasado que sólo tengo referido? ¿Por qué al golpear mis palmas me ligo con un régimen del que se me informa que ha torturado, encarcelado por la mera no adhesión, regalado deuda argentina, consolidado y nutrido la tan perjuiciosa burocracia sindical? ¿Por qué debe comprometerme con alguien que vio nacer la triple A? La tensión peronismo/antiperonismo debe ser superada porque el peronismo debe ser superado. Hasta podría verse como algo positivo la posibilidad de «regalarle el peronismo a la derecha» (a menos que se refiera como de importancia el hecho estratégico de un pueblo que vota automáticamente al peronismo, sin preguntarse ni de qué peronismo se trata). El peronismo (que debiera ser «justicialismo», pero no lo es, por su rasgo personalista), implica que frente a la posibilidad de adentrarnos mejor en la historia de lo que pasó en los ’70, la ciudad se empapele de carteles con la advertencia lapidaria «CON PERÓN NO SE JODE». Eso también es el peronismo.

    En mi fantasía -aquí mi irracionalidad- lo que aplaudo del kirchnerismo no debiera ser propiedad de él. Debería ser un plan consensuado, no personalista y mantenerse por encima de los partidos políticos: un plan de estado, no de gobierno. Pero el que esto sea utópico no implica que en la arena real tenga que someterme a las dicotomías heredadas. Puede acompañarse un movimiento (el actual) y ser crítico, no sólo de él mismo si no también de su legado. El hecho es que tanto el peronismo como el kirchnerismo tienen muchas preguntas para contestarnos; sin embargo, sólo me interesan hoy las respuestas del segundo, porque la finitud abomina de la revisión incesante.

    Por eso, cuando en el conflicto campo yo dije (como bien indicás) «no soy uno de ellos», no creo que me vea obligado inevitablemente a tragarme por esa enunciación todo un pasado, en una dicotomía feroz. Porque sí rescato aquí, finalmente, algo del peronismo, aunque de un modo formal: el siempre bien querido concepto de la «tercera posición».

  3. Milton Laufer

    (Perdón por algunos errores en la redacción, escribir textos largos en esta caja de comentarios no es la mejor idea.)

  4. Becario Saboyano

    Jajajajaja… ¡Muy bueno!!!!!!

  5. ilich

    Si la ves, decile a Butler que como acá hace bastante fresco y está todo bastante congelado, un pingüino ES un pingüino.

  6. martín

    no se si lo entendí correctamente, por el hecho de haberlo leído relajadamente (entiendo que está escrito con cierta complejidad argumentativa y otra, digamos, linguística, por lo que quizá sea necesario una lectura más analítica y una respuesta mas prolija; en el caso de una malintepretación este comentario no tiene validez), pero, como decia, en el caso de haberlo entendido, me interesa aclarar uno de los puntos: se plantea que lo que queda del peronismo, evidentemente luego de depurarlo de una serie de apellidos nefastos y posturas arcaicas y cuestionables dentro de las altas esferas del movimiento (y esta afirmacion no puede entenderse como una declaracion de ideologia «gorila» ni nada parecido), es justamente el espacio de discusión concreto Argentino, el marco político donde pueden plantearse cuestiones recalcitrantes como las de justicia social, y/o ese lugar simbolico dentro de las personas y en sus relaciones donde es más fertil la semilla del progreso.
    En mi opinión, es cierto que el primer peronismo y de una manera diferente el segundo, validaron socialmente y concretaron muchas de las consignas que tienen que ver con los derechos de los trabajadores (aunque no esta demas recordar que no se les ocurrieron a ellos, ya eran elaboradas desde hace mucho antes por los mismos socialistas que luego sufrieron la persecucion y otras formas de coaccion). No se puede ignorar ese valor historico del peronismo y creo yo, no se puede tampoco discutirlo.
    No creo que el peronismo sea esencialmente una fuerza o movimiento que, como la energia atomica, existe y depende en que direccion sea aplicada producira los mejores o los peores resultados. Creo que esencialmente tiene tambien un contenido, que se itera historicamente pero que sabe mantenerse estrategicamente en la ambiguedad. Tanto que, por ejemplo, el termino «justicia social» devino en muchos momentos algo mas parecido a un estado de negociacion avanzada entre el capital y el trabajador. Ahi esta el final de la pelicula Metropolis, donde el eterno gerente pacta en abrazo fraterno con el eterno operadorador de la maquina.
    Como decia, pienso que el peronismo no es solo una cuestion de orden general sino al mismo tiempo toda una estructura de gente y decisiones, que afectan la medula historica argentina. Esto es tambien concreto, historico, determinable, si no lo fuera la idea de peronismo se diluiria por falta de doctrina (mas alla de «justicia social, soberania politica e independencia economica», que por si solos son suficientemente intepretables como para darle cualquier significado).
    Estoy de acuerdo con el comentario anterior de Ignacio. Me da la sensacion de que el peronismo pretende absorber todas las prerrogativas de lo que un espacio de lucha es, menos en lo abstracto (digamos, las condiciones formales) que en cuanto a las condiciones concretas del aqui y ahora argentinos. Veo en los kirchneristas identitarios casi ninguna crítica explícita, enumerativa, de lo que está mal en el kirchnerismo. A veces se dan razones de que en un contexto de lucha en varios frentes, contra varios Goliats (medios de comunicacion hegemonicos, aristocracia agraria, derecha neoliberal), hacer tal ejercicio sería bajar la guardia y perder la batalla. En mi opinion, si el kirchnerismo detenta hoy el poder del estado (otro Goliat), y si se inscribe en la clase mayor que es el peronismo, que viene detentando recurrentemente el poder del estado hace 60 años, esta crítica es un deber, y una demostracion de madurez intelectual y seguramente de superioridad frente a los enemigos de lo justo. En este sentido creo que hay mas consistencia en los kircheristas electorales (aunque esto no quiera decir que hagan mejor las cosas) que en los utopicos.
    Una consecuencia de esta forma de pensar es que todos los que no somos kirchneristas, que no nos alineamos con la logica de 678 y mucho menos con las otras (y que aun podamos ser, aunque sea por un instante en octubre, kirchneristas electorales) quedemos afuera de los dos espacios de exhibicion politica que llegan a la gran mayoria de la sociedad, llamados intrascendentes, tibios, «gorilas», por no suscribir a la sugerente idea de que el pais se juege la vida en la resolucion de una dicotomia fundamental. Como pienso que el peronismo es solo un espacio historico de transformacion y tambien mas que eso (tiene muchos contenidos especificos), con algunos aspectos puros y otros siempre contaminados, deseo poder salir de esas categorias de hierro y practicar otras. El peronismo, por volatil que me parezca a veces, tambien determina a sus interlocutores (habilitandolos o excluyendolos), ya sea desde sus vertientes de izquierda o derecha. En este punto, reclamo una mayor apertura del peronismo pero al mismo tiempo veo que si se corren tales límites, del peronismo solo queda el sonido, ya dificilmente identificable con la serie de representaciones y practicas que empezaron en el 45. Obviamente creo no es la unica forma política concreta de enfrentarse a los monstruos de la injusticia.
    Como decia Bateson, el agotamiento de la epistemologia occidental, con todas sus consecuencias ecologicas, fue por asumir que la dualidad cartesiana era inevitable. Y tal vez salir de ella sea un esfuerzo radical y a la vez una forma de abrir la historia. No veo contradiccion en esto.
    saludos,
    Martín

  7. martín

    ya que federico escribio con nombre y apellido, yo tambien lo agrego a mi comentario anterior (martin prieto), y hago una fe de erratas:
    los socialistas ya impulsaban muchas ideas de igualdad, union y libertad en argentina, pero de ahi a la aplicacion por el peronismo claramente hubo resignificaciones y demas, y cada uno argumento a su favor o en contra del otro interpretando de distinta manera la coyuntura. digo esto para no hacerle injusticia a ninguno de los dos.

  8. ilich

    La respuesta al comentarista que se pregunta «¿por qué por bancar esto de ahora debería comprometerme con un pasado que sólo tengo referido?», está elaborada solidamente en el artículo, y el mismo hecho de formular esa pregunta supone, como se indica en el último párrafo, o por lo menos como yo leo ese párrafo, «no entender al peronismo».

    Hacerse peronista es una decisión difícil, y si en esa decisión hay una apuesta, como parece haberla aquí, por dejar un poco atrás la defensa y la promoción abstracta e ideal de una serie de cuestiones tradicionalmente defendidas por las izquierdas, para pasar a defenderlas y promocionarlas concretamente, en el barro de la realidad nacional, la decisión es también una decisión corajuda, que pone el pecho. Porque como bien señala el artículo, acá la única manera real de lucharla es desde adentro, y en el peronismo, sabemos todos, esa lucha es de lo más difícil que hay.

    Salut!

  9. Sebastián

    Muy bueno, me siento identificado con mucha de la descripción de la conversión. Con la particularidad que yo me hice peronista durante el 2002, y no tengo ni un pariente lejano peronista (sí, todos gorilas).
    Con relación a tu conclusión sobre el Kirchnerista Aséptico me parece que das en el blanco. Me recuerda a una nota de Casullo de Mayo del 2002 sobre Kirchner (aún antes de ser candidato, están en internet si la buscan), en donde lo presenta como la continuación de un peronismo de izquierda que parecía olvidado por siempre. Y en esa trazo grueso del kirchnerismo ya se planteaba Casullo si debía romper con el peronismo (o sea, si Kirchner sería también un Kirchnerista Aséptico) o quedarse andentro, todavía bajo la sombra de Duhalde y otros fantasmas.
    Lo que me demuestra tu correcta elección (y en la tuya justifico la mía…) es como ese debate de Aséptico o Identitario se dió, particularmente en ciertos intelectuales, con la «sugerencia» de formar un partido de centroizquierda (o laborista inglés, como le gusta a Betty Sarlo) para superar esa carga que era el peronismo. Y que luego de alejarse del kirchnerismo porque «seguía siendo peronismo», volvieron con el tiempo a defender la decisión de Kirchner, de ser leal a un movimiento.

  10. Milton Laufer

    Ilich, la respuesta que me das y que fundás en el texto supone que la dicotomía es real, que al decir «no soy uno de ellos», sólo queda la opción del peronismo, y yo justamente niego esa premisa. Si negar esa premisa es «no entender al peronismo», eso ya no lo sé. Sin embargo, el kirchnerismo que acá se llama «electoral» se funda en la idea de que ciertas políticas son apreciables y que, frente a otras alternativas que no prometen dichas políticas, se votará a la kirchnerista. Si ser peronista es aplaudir esas políticas (que son de corte socialista, así que no parecen propiedad del peronismo), entonces el kirchnerista electoral es peronista, pero sólo por una cuestión definicional. Sin embargo, el texto asocia el ser peronista a un costado identitario y emocional, de un personalismo casi mesiánico con juramento de lealtad incluido, que parece ir más allá de la mera aprobación de políticas de la definición mencionada.

  11. ignacio

    Sebastián, me parece absurdo que reivindiques la «lealtad» de Néstor al refugiarse en el PJ. Hacerlo fue expresión del más crudo pragmatismo (y no el de Rorty, aunque parece que este también conduce a quienes lo abrazan por los caminos de la burocracia). No hay nada de «identidad» peronista en esa decisión. Y aún si lo hubiera, ciertamente no la haría una decisión virtuosa. El que lo sea o no es independiente de las motivaciones afectivas que estuvieran detrás, cualesquiera hayan sido.
    Medir la política con el baremo de la identidad es, perdón por la expresión, fascista. La esencia de la política no puede ser inscribirse en identidades que nos preexisten y trascienden. Muchísimo menos sin una evaluación razonada de esas identidades. Pero incorporar una identidad por vía de razonamiento no es más que cinismo: «me hago peronista porque es el camino necesario para construir el socialismo/llegar a la clase obrera/ser titular de cátedra/conseguir un cargo en el Estado».
    Y si la identidad es una identidad genuina, debe ejercerse antes que proclamarse. Penelas ahora dice que es peronista. ¿Y? ¿A qué burgueses cree espantar? La presunta performatividad de su declaración es un autoengaño. ¿Qué cambió? Va a votar a Cristina, igual que tantos otros que no hacen este circo. ¿Y además? ¿Va a defender a Moyano con fervor? ¿Va a reivindicar los números del INDEC? ¿Va a competir en una interna sindical? Podía hacer todo eso antes, y entonces este absurdo se hacía al mismo tiempo más creíble e innecesario. Porque si para hacer lo que Penelas cree que hay que hacer por el país (¿Penelas tiene ideas al respecto o simplemente se besa la camiseta para la propia tribuna?) hay que gritar que uno es peronista, hay dos alternativas: o bien Penelas es un cínico, o bien reivindica una matriz totalitaria, de esas que piden certificados de pureza o carnets de afiliación para ponerse a trabajar.

  12. ilich

    Milton, me parece que el problema que supone la posición que vos planteás, como dije antes, está bien referido en el artículo. Allí se sugiere, a mi entender correctamente, que la consecuencia del desdoblamiento que vos asumís con facilidad como posible es que de ese modo «se elude el combate». Y esto porque en la escena política argentina, históricamente y otra vez hoy, defender y promover realmente esas políticas que vos bien señalás como de corte socialista, y por mucho que nos pese, supone que se las defiende desde el peronismo o no se las defiende. Defenderlas desde afuera no ha supuesto mucho más, hoy e históricamente, que buenas intenciones vacías de realidad. El resultado de la ecuación, como marca el artículo, es entonces que la lucha real en esa defensa se revela como una lucha al interior del único espacio en el que esas políticas tienen posibilidades reales de de ser promocionadas en la práctica, y en consecuencia la lucha real por ellas no es en Argentina otra que la de «evitar que el peronismo termine configurándose con una totalidad de sentido restringida y a la derecha del espectro ideológico.»

    Para los que queremos defender y promocionar esas políticas esto ha sido siempre un problema grande. Porque si a esta altura está bastante claro que al tiempo que por fuera del peronismo esa defensa se ha revelado una y mil veces estéril y pueril, al querer llevarla adelante por dentro uno se encuentra compartiendo un espacio que es también reclamado por fuerzas y personas que promueven políticas antagónicas a las que uno quiere defender. Por eso decía antes que hacerse peronista es una decisión corajuda, porque al hacerse peronista uno debe asumir cabalmente el enorme desgaste que supone compartir un espacio con fuerzas y gentes que desde el lugar en el que uno está parado aparecen muchas veces como oscuras y terribles. No sé si es absolutamente necesario hacerse peronista, pero me parece innegable que es la opción primaria si uno quiere de verdad luchar por la promoción real de esas políticas «de corte socialista». Esto es algo que entendió muy bien, por ejemplo, Tosco, y su vida política estuvo siempre marcada por ese entendimiento.

    Saludos!

    • ignacio

      Ilich, lo que decís me parece un sinsentido de esos que están de moda. La idea de que hay que ser peronista para hacer política ahora tiene un aire cool, especialmente entre gente que cree que entendió cómo funciona todo más o menos en 2008. Un par de apuntes sueltos:
      1) Néstor Kirchner empezó a gobernar por fuera de la identidad peronista. Quienes hoy dicen «hay que hacerse peronista» entonces decían «hay que trascender el peronismo». Ningún problema con alinearse con Néstor. El problema es estar buscando siempre una identidad «profunda», una «verdad del kirchnerismo», un «relato», un «proyecto». Están dándole a estos gobiernos una épica que no tienen.
      2) Nunca fue necesario «hacerse peronista» para defender el matrimonio igualitario ni la asignación universal por hijo. Ninguno de los dos fue una idea kirchnerista. Sí, el kirchnerismo estaba en el poder mientras el congreso votó el primero (pero el kirchnerismo movilizó a un porcentaje de su tropa legislativa menor al de otras fuerzas) y decretó la segunda, que era una idea eterna de Carrió. Uno puede decir, entonces, que hay que «hacerse peronista» para llegar al ejecutivo, lo que es un tanto cínico y me lleva al punto siguiente.
      3) Una vez más, hay diferencia entre «hacerse peronista» en las reuniones de amigos y empezar a militar en un sindicato o un ministerio. Ilich, vos decís que hay que «hacerse peronista» para apoyar algunas políticas de este gobierno. Eso puede querer decir dos cosas. O bien que uno no puede apoyar la AUH y no ser peronista, lo que es evidentemente falso; o bien que para militar en esa dirección uno tiene que acreditar pureza ideológica, lo cual es peligroso. El único sentido políticamente relevante de «hacerse peronista» es «empezar a militar en el FpV o sus alrededores». Pero eso, como vemos, no tiene nada que ver con la identidad. ¿O vamos a pedirles credenciales a Sabbatella, Boudou, Rachid, Cabandié? Y si lo hiciéramos, ¿qué haríamos con las credenciales de Saadi, Insfrán y tantos otros?

      La identidad peronista no tiene nada que hacer acá. Celebro que Penelas se haya encontrado a sí mismo, pero su dato biográfico es, en el mejor de los casos, perfectamente irrelevante para la coyuntura actual.

  13. ilich

    Ignacio, tal vez tengas razón y lo que yo dije sea un sinsentido, pero si tal cosa es cierta, me parece que los puntos que marcás están bien lejos de mostrarla.

    1) Supongo que si hay algo que permite decir, como vos decís, que Kirchner comenzó a gobernar por fuera de la identidad peronista, ello es que en aquél momento el peronismo estaba volcado, todavía, para decirlo en una frase, «hacia la derecha del espectro ideológico». Pero no se trataba en realidad de gobernar por fuera de esa identidad, y la clara identidad peronista de Kirchner está bien reflejada en un texto de Casullo, anterior a las elecciones de 2003, que es ya bastante clásico. Se trataba, en cambio, de volver a resignificar ese » terreno en disputa» que es el peronismo, posicionándose «en uno de los tantos frentes en el combate por qué parte de esa totalidad mantener y qué parte expulsar o someter.» En este plano, lo que hizo Kirchner fue horadar primero aquella cara y revitalizar después la versión del peronismo que hoy se reconoce como cristinista. Y éste es sin dudas uno de sus mayores logros.

    2) Por supuesto que hay un montón de cosas que se han hecho desde fuera del peronismo. Podríamos hacer una lista y todo. Pero afirmar esto es un truismo; si tal cosa fuera cierta y nada se hubiera hecho o pudiera hacerse por fuera del peronismo, simplemente no estaríamos teniendo esta conversación y todos aquí seríamos peronistas. Lamentablemente, los tipos ideales quedan usualmente afuera de la práctica, y el punto del artículo me parece que era precisamente ése: la reflexión sobre la identificación con un espacio en el que la defensa y la promoción de cuestiones como la ley de matrimonio igualitario o la asignación universal por hijo aparecen con mayores posibilidades de ser realizadas en la práctica. No viene al caso si una u otra cuestión se originan en otro lado, eso es algo que, afortunadamente, siempre va a suceder. En este plano el punto que marca el artículo, entiendo yo, es si, en la síntesis, quienes quieren defender y promocionar ese tipo de cuestiones pueden realmente hacerlo, y en referencia a su implementación real y no a su defensa ideal, en un espacio por fuera del peronismo.

    3) No dije, como decís, que «hay que ‘hacerse peronista’ para apoyar algunas políticas de este gobierno», en primera instancia, porque he bancado a este gobierno desde el comienzo y sigo todavía sin hacerme peronista. El punto que marqué me parece que es claro, y apuntaba precisamente -al adherir a la idea de que la lucha por la implementación de políticas definidas, en beneficio de la brevedad, como «de corte socialista», es una lucha que en primera instancia debe librarse al interior del peronismo-, al desgaste que supone defenderlas y promocionarlas en un espacio en el que si hay algo que no hay, es justamente «pureza ideológica».

    Salut!

    • ignacio

      Entonces esa es una defensa puramente pragmática del peronismo (yo la llamé «cínica» más arriba, pero no vamos a pelearnos por los nombres). La identidad no tiene nada que hacer ahí.

  14. Andrés Crelier

    También soy: pasión y razón en la conversión política
    Quiero realzar la calidad literaria del texto de Penelas, que no sólo se advierte en el cuidado de las oraciones sino en la estructura general: de la biografía (es decir la literatura) extrae la materia política y llega al problema filosófico de la conversión, para explorar finalmente posiciones “de actualidad” y concluir con el grito provocador: “hay que hacerse peronista”. Es una pequeña obra estéticamente cerrada sobre sí misma, pero abierta en cuanto a los hilos de reflexión que ofrece al lector.
    Me interesa tirar de uno de ellos, el más filosófico y en apariencia el de menos actualidad política, para aportar una continuación a esta sección de Palabras Dadas. Se trata del problema de la conversión referido a la política. Mientras que la descripción de Penelas, en analogía con la descripción jamesiana de la conversión religiosa, hace referencia a la voluntad, a la historia personal, a la praxis y, en el momento central, a la actividad o pasividad de la conciencia, quisiera volver a darle un lugar a las razones en este proceso (en general y para el peronismo en particular).
    Creo que el momento de la conversión es también un momento en el que abundan razones previas e implícitas de diverso tipo, de carácter “tenue” y “denso”: principios de justicia, nociones de lo que es bueno para mi comunidad, la noción de que tal o cual figura política o movimiento cumple con estos objetivos, etc., etc. Naturalmente también las hay de signo negativo: el 2001 nos deja con las razones propias de la sospecha frente a una manera de hacer política, etc.
    Las experiencias políticas son a la vez experiencias intelectuales. Las emociones se cristalizan en la historia personal, que es siempre interpretada en un sentido fuertemente normativo. Así leemos nuestra historia personal: sentí alegría con aquel acontecimiento pero tendría que haber sentido desazón; sentí vergüenza pero tendría que haber sentido que decía lo correcto. Como seres políticos, tenemos o somos un conjunto de razones implícitas que nos ubican en tal o cual campo social.
    Pero este conjunto es inestable, cambiante y en general signado por el dinamismo. Por eso puedo cambiar y convertirme. ¿Cómo sucede la conversión si seguimos la línea de mi descripción en apariencia intelectualista? Volvamos al peronismo. En mi caso, diferentes acciones del gobierno kirchnerista, la lectura sobre los gobiernos peronistas y sobre el período de la resistencia fueron moldeando y transformando este campo previo de naturaleza normativa.
    Hasta aquí, parece tratarse de una explicación puramente racional de la conversión, según la cual en un momento dado no hubo ya resistencia racional contra la asunción de una identidad peronista. No tengo ya más razones para no ser, entonces soy, y luego tiene lugar la fase realizativa, social, secundaria y casi prescindible.
    Si bien el punto de partida de las razones previas me parece correcto, creo que la versión puramente racional de la conversión no lo es. Ante todo, en un campo denso como la política nunca faltan en verdad las razones. Como sabemos, a la secuencia de logros del peronismo y del kirchnerismo se le puede oponer una infinidad de argumentos, que, a su vez, pueden ser respondidos. Personalmente, creo que con tiempo y paciencia las razones peronistas terminan en general ganando, y por eso soy.
    Nuevamente: ¿implica esto racionalizar la conversión, quitando del medio actitudes irracionales como la lealtad y disposiciones de ánimo que no hayan sido previamente filtradas por la racionalidad? No lo creo. Justamente, introduje recién, de un modo un tanto desapercibido, elementos que no son puramente racionales. Para ponerlo en evidencia retomo la reflexión de Penelas desde mi versión de los hechos: el lugar desde donde se esgrimen los argumentos (el lugar social) y los argumentos considerados relevantes se eligen; dependen pues, al menos en parte, de una decisión. Especialmente en política, los argumentos carecen de fuerza normativa si no son iluminados, esgrimidos y localizados.
    Entrar en el campo de las razones, alejándonos en apariencia del terreno irracional de las pasiones y los sentimientos, implica adentrarse en un terreno muy raro. Allí donde todo debería ser cristalino, donde la racionalidad debería gobernar mecánicamente, se pone de manifiesto algo insólito: las razones se ligan esencialmente con una posición asumida, y las posiciones asumidas son previas y en gran medida pasionales (sin hacer mella de las razones implícitas). Así como no había pasión sin razones implícitas, no hay razones sin posición que les sirva de base. Por eso no es “irracional” asumir una posición en base a un sentimiento, porque justamente hay que tener una posición para poder elaborar, buscar y esgrimir razones. La paradoja es, pues, que sin posición política no hay razones, y sin razones no hay posición política.
    Esta paradójica integración de razón y pasión se manifiesta en el propio proceso de conversión. En éste se reconocen razones, se las ilumina, en lo que constituye un necesario momento de autenticidad: las razones se hacen valer por lo que son en sí mismas. Pero también se las elige, se las ilumina: este es el momento activo. Reconozco (momento pasivo y racional) y reconstruyo (momento activo y pasional) qué es el peronismo; análogamente, reconozco quién era yo y decido quién era y por ende quién soy.
    El momento realizativo presentado por Penelas es entonces la asunción de una nueva posición desde la cual articular las razones. Por eso su naturaleza no sólo no es a-racional sino que conlleva una doble cara normativa: hacia las razones previas y hacia las razones para dar. Ubicarse en el campo político no sólo implica reconocer un lugar de pertenencia y de lucha sino plantear una disposición a ofrecer argumentos. Supongo que ser peronista es mejor que ser comunista, etc. No tendría sentido afirmar: soy peronista porque es un sentimiento, pero en realidad creo que el comunismo es la posición política correcta.
    Termino conmigo. Me encuentro, no sé si casualmente, viviendo en contextos sociales más bien anti-peronistas y particularmente anti-kirchneristas. En esos contextos siento que no es “correcto” decir que soy. Esto ha dado fuerzas sin dudas a mi conversión, pero también las razones secamente económicas y secamente jurídicas (asignación universal, leyes democratizadoras, etc.). De una manera a veces semi-consciente, mis inquietudes políticas fueron conformando entonces un cuerpo de razones, que fueron cobrando densidad hasta que de ellas brotó, de un modo pasional, la definición de otra posición desde la cual articular mis argumentos. Agrego entonces al texto de Penelas que ser peronista, además de un sentimiento, es una elección racional, con toda la pasión que esto implica.

  15. «Un filósofo es alguien que tiene miedo» decía George Bataille. Es decir alguien busca un fundamento, un substrato permanente para su identidad, para no arriesgarse al juego del ser, del devenir sin garantías, sin fundamento, sin «propiedad». Concuerdo en que el peronismo y la política en general tienen algo de la religión, pero re-ligarse no es identificarse, sino implicarse en un juego, en una tensión que conmueve todo nuestro ser y que es una pasión del pensamiento.

  16. javier penelas

    Aqui, me dice tu viejo que que cuando Perón ers Secretario de Trabajo y Previsión, ´mi viejo, Jaime Penelas, fue a Trabajo y Previsión con su amigo Loi eiba con tu viejo en brazos, que entonces tenía 2 años, y Perón salió a saludar a la gente y mi viejo como era un ferviente admirador levantando en brazos a Huguito , se lo acercó a Perón y el mismo Perón le acarició la cabeza, y eso Jaime nunca se lo olvido y siempre se lo recordaba a tu viejo Hugo……………….algo parecido a lo de Silvio Soldan con vos y tu pasion por el Tango no???

    • claudio

      Agrego también, que cuando se dice que Jaime Penelas » conoció el hambre de niño…» deberíamos sumar a Javier Penelas, hambre que no lo abandona y que intenta saciar en cada recreo, en cada oportunidad que la vida le presente.
      Coincido en todo . Claudio

    • claudio

      ¿qué hacía Jaime Penelas en el velatorio del menemista Miguel Angel Roig?
      Dicen que logró burlar la seguridad esgrimiendo un inexistente cargo en la administración nacional.
      Hay testigos que lo vieron, perplejos, enfocado por TV.
      Claudio Betoki

      • Es verdad Claudio……..se infiltró en el velatorio porque afirmó en su momento que era la primera vez que se realizaba en casa de gobierno y no en el salon de los pasos perdidos……se puso un sobretodo del corte inglés, se presentó ante la seguridad y esgrimió caraduramente…..FUNCIONARIO DE GAS DEL ESTADO……( trabajó como empleado mas de 30 años)…el hombre de seguridad le solicitó la credencial…y en un actuación brillante interpretó una falaz búsqueda de dicha credencial por todos sus bolsillos…..luego miro fijamente al seguridad y le dijo ME LA OLVIDÉ…..el hombre dudó y le dijo PASE……lo que hizo adentro es conocido y graciosísimo ( habló con todos, aconsejó a ministros, hizo cuadrarse a militares ante el, luego de propinarles una mirada y un gesto enérgico…..de hecho el que comienza esta nota, Federico Penelas, al reconocerlo por televisión se descostillaba de la risa con su hermano Diego y mi Tío Hugo…..con la total seguridad que ésta era una más de Jaime……y es verdad la voracidad gastronómica de mi persona es total herencia de él…..el primer Peronista de la familia Penelas…y que logró que el Doctor , Investigador del CONICET y Filósofo Argentino Federico Penelas…..hoy….luego de tanto caudal intelectual acumulado….SE HAGA PERONISTA

        JAVIER PENELAS

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